desde la raíz
a los cuarenta años de inaugurarse el vaticano II



Juan XXIII

 

"El CV II fue final de la contrarreforma, ocaso de la era tridentina, transición de la Iglesia hacia el futuro, inicio de un movimiento eclesial de gran calado, consagración de los movimientos eclesiales innovadores y aparición de una nueva conciencia de Iglesia."

Casiano Floristán
Catedrático de teología pastoral en el Instituto Superior de Pastoral. Consultor del Vaticano II y perito en la reforma litúrgica conciliar. Miembro de la revista FRONTERA.

 


Poco antes de ser convocado el Concilio Vaticano II, los teólogos pensaban unánimemente que, después de la declaración de la infalibilidad del Papa por el Vaticano I en 1870 y del ejercicio del magisterio pontificio, los concilios eran innecesarios. De ahí la sorpresa, entusiasmo y recelos que despertó la convocatoria de Juan XXIII de un "concilio ecuménico", el 25 de enero de 1959, cuatro meses después de ser elegido papa. El papa Roncalli captó inmediatamente las simpatías de todo el mundo por su autenticidad, humor, audacia y sencillez. Sugirió perspectivas nuevas, nunca impuso consignas, respetó la libertad de todos y dijo palabras decisivas en tono coloquial.

El Concilio fue inaugurado el 11 de octubre de 1962 por Juan XXIII, hace exactamente cuarenta años, con un discurso redactado por él mismo, que causó viva impresión. Sus palabras ayudaron a buscar la identidad de la magna convocatoria. No sería una reunión de obispos para condenar errores por medio de anatemas o proclamar afirmaciones dogmáticas sabidas, sino un concilio "eminentemente pastoral" que debía centrarse en la unidad de las Iglesias, la paz del mundo, la Iglesia de los pobres y la renovación de la vida cristiana. Al mismo tiempo denunció Juan XXIII a los "profetas de calamidades, que siempre están anunciando infaustos sucesos".

El acto se retransmitió a todo el mundo por televisión. Acudieron a la cita conciliar 2.540 obispos, mientras que en el Vaticano I hubo 744 y en Trento 258. Los obispos
del Vaticano I eran de raza blanca y en su mayoría europeos; en el Vaticano II hubo padres conciliares de todos los continentes y razas. Fueron nombrados peritos del Concilio teólogos hasta entonces sospechosos por su progresismo, a los que se sumaron otros partidarios de la reforma de la Iglesia. El influjo de los expertos fue decisivo. Se usó el latín como idioma del concilio.
No fue fácil para los 700 periodistas de todo el mundo dar cuenta del evento. El Concilio había despertado la atención de la Asamblea del C o n s e j o Ecuménico de las Iglesias, celebrada en Nueva Delhi en 1961, pero apenas interesó en el mundo islámico y en los medios religiosos judíos, al menos en un principio. Hubo observadores ortodoxos, anglicanos y protestantes.

Los meses anteriores a la inauguración del Concilio suscitaron una gran esperanza en el mundo católico y en el mundo cristiano en general. Juan XXIII había manifestado, recién elegido Papa, anhelos de paz, unión y renovación a todos los niveles. Al mismo tiempo había en los sectores progresistas desconfianza, dado el inmovilismo doctrinal reinante. En líneas generales faltó preparación y se advirtió, lógicamente, escasa experiencia conciliar.
A lo largo del verano de 1962 recibieron los Padres del Concilio siete esquemas, de un total de setenta proyectos. Pude examinarlos porque fui nombrado perito del episcopado
español .Advertí, como otros expertos, una diferencia notable entre el documento sobre liturgia (renovador y bien elaborado) y los otros seis (inmovilistas y deslabazados). Antes de que los obispos se reunieran en la asamblea el 11 de octubre de 1962 se habían emitido juicios severos sobre el valor de estos textos. De hecho, la mayor parte de todo el trabajo preparatorio, como se vio enseguida, fue casi inútil. La primera congregación general del 13 de octubre no duró ni una hora. Varios cardenales franceses y alemanes pidieron que se levantase la sesión y se diera tiempo a los obispos de conversar entre sí para proponer nuevos miembros de las comisiones.

El Vaticano II es el acontecimiento católico más importante del Siglo XX . Teólogos e historiadores de la Iglesia reconocen que el Vaticano II es el acontecimiento católico más importante del siglo XX. Ocurrió en un momento propicio social y cultural, en pleno desarrollo de la década de los sesenta y en una coyuntura mundial prometedora. Los movimientos de renovación anteriores al Vaticano II, en lucha contra fuerzas inmovilistas, propiciaron su feliz realización. El Concilio suscitó poco a poco en la Iglesia un enorme entusiasmo. Aunque limitado por el propósito de sus objetivos, ambiguo por los consensos exigidos entre dos tendencias teológicas opuestas y provisorio por su inmediata cercanía a los problemas de su tiempo, revisó un catolicismo anterior postridentino dominado por el clericalismo, el eurocentrismo, la apologética y la teología de la controversia. No propuso el aislamiento sino la apertura; no decidió condenar a nadie sino dialogar con todos.

Contribuyó a un cambio profundo de la cosmovisión cristiana, ya que fue final de la contrarreforma, ocaso de la era tridentina, transición de la Iglesia hacia el futuro, inicio de un movimiento eclesial de gran calado, consagración de los movimientos eclesiales innovadores, reconocimiento de los valores de la modernidad y aparición de una nueva conciencia de Iglesia. Algunos teólogos piensan que el concilio se convocó muy tarde; otros creen que se celebró demasiado pronto. Lo cierto es que el Vaticano II es un Concilio de transición, aunque no hay coincidencia en señalar de qué transición se trata.
Ciertamente, es un final y un comienzo. Sin embargo, si se comparan los propósitos conciliares con lo ocurrido en la Iglesia cuarenta años después, los juicios son divergentes. Hay quienes descalifican al Vaticano II como decisión peligrosa y equivocada; otros juzgan negativamente el posconcilio por la mala aplicación de las decisiones conciliares. Por el contrario, algunos afirman que nos estamos desviando, por involución, del espíritu conciliar. La batalla se libra dentro de la Iglesia en torno a una interpretación global del espíritu y de los contenidos del Vaticano II, el "acontecimiento fundamental de la vida de la Iglesia contemporánea", según el parecer de Juan Pablo II.